Wednesday, October 04, 2006

La Manuel Montt-Cerrillos...

Sentí que me agarraban del hombro. "Ya cabrito, vamonos despertando...ya llegamos", me decía el segundo del avión; que no era el copiloto—a pesar del mameluco, más parecía el responsable de la carga... y, claro, yo era carga.

Me desperecé, sentí lo duro del piso metálico del avión en las caderas, me levanté y me agaché para mirar por la ventanilla. Se me escapó un "Chuchas", ya podía ver los techos de las casitas de Santiago. ¿Cómo había dormido tanto?, seis horas desde el despegue en Arica... No me di ni cuenta, dormí como un lirón.

Quizás era porque finalmente sentía la tranquilidad de que ya lograba embarcarme hacia Santiago—a mi ciudad, hogar, familia y amigos—¡por fin! Y, que fue difícil salir de Arica, estuve acuartelado una semana con los pelaos en el aeropuerto, tomando choca y compartiendo la olla con porotos; hasta que después de mucho joder, el piloto de Ladeco aceptó traerme a Santiago.

Y los días en Arica habían sido confusos. Con toque de queda a las 8:00 PM, con mi capital que no alcanzaba para una Coca-Cola… Tampoco ayudó mucho el paco al que le pregunté: “¿Cómo llego a la comisaría? Quiero ver si me puedo quedar a dormir ahí…” Levantó las cejas, y de reojo un poco molesto me contestó: “Mira cabrito, nadie se puede acercar a la comisaría, está acordonada tres cuadras a la redonda… ¡Ah! Y sería bueno que te cortarai el pelo—ya no nos gustan los pelucones por aquí.”

Le tengo que agradecer a “mi sargento”, que estaba a cargo de los pelaos, por confiar y permitir que me quedara con ellos en el aeropuerto—porque los pelaos estaban muy asustados conmigo las primeras noches. Y es que hacía sólo unos pocos días, que los habían subido a un Boeing de LAN—pensaban que algo había pasado con los peruanos—pero, claro, iban para Santiago, y les tocó disparar y recibir desde las ventanas de los edificios en las cercanías de la Moneda, para un 11 de septiembre.
DC-3
La despedida fue rápida, pero emotiva, me había ganado el cariño de los pelaos… El salvoconducto para viajar a Santiago se demoraba, el piloto arrancó los motores y comenzó a mover el DC-3 por la pista… Pero, la puerta aún la mantenía abierta… Corrí detrás del avión con mis nuevos amigos; cuando alcanzamos el avión, me alzaron y metieron de cabeza a través de la puerta del avión… Con que ganas sonreían y levantaban sus manos para despedirse y desearme suerte—que yo les correspondía desde el fondo de mi corazón.

Así, con algunos trámites que ya se me olvidaron, me encontré parado con mi bolso de marinero, más bien, encogido, en una liebre Manuel Montt-Cerrillos; camino hacia la cordillera—no sabía adonde ni me importaba, mi familia se había mudado, pero, ya estaba en casa… Luego, se desocupó un asiento y me pude sentar. Con más tranquilidad, observé… Yo, con ganas de conversar, con ganas de contar mi alegría de regresar; pero, nada, todos ensimismados en sus mundos. Sí, yo me veía en ellos; pero supe, que ya no sería nunca el de antes.

1 comment:

Unknown said...

Increible lo que la experiencia de estar lejos de casa cambia a uno... Y que rico es siempre volver a lo familiar.